martes, 6 de octubre de 2015

Lenguaje e ideología - Olivier Reboul (II)

 
 
Párrafos extraídos del libro Lenguaje e ideología, de Olivier Reboul. (descargar libro pdf)

Ideología y verdad
 
 
Al contrario de la teoría científica o filosófica, la ideología tiene por finalidad esencial no la de hacer conocer, sino la de hacer actuar; suscitar prácticas colectivas y durables que sirvan a un poder. Y sin embargo, el discurso ideológico no puede ser puramente incitativo. El poder debe justificarse; y por eso su discurso es también de orden referencial: comprueba, explica, refuta, se apoya en hechos históricos, datos estadísticos, etc.
 

Sin duda, un poder fuertemente jerarquizado como el ejército casi no tiene necesidad de este tipo de discurso: el orden y la amenaza le son suficientes. Sin embargo, aun el ejército, cuando es cuestionado recurre a proposiciones de orden referencial. Por ejemplo: "el servicio militar es una formación, una escuela de virilidad", "el ejército es el gran mudo". Hay en esto ideología precisamente porque el poder no puede contar de manera exclusiva con la fuerza para hacerse respetar. "El poder está en la boca de los fusiles", decía Mao; pero también decía: "Los fusiles no tienen espíritu". Se podría decir lo mismo a propósito de la enseñanza, la medicina u otras instituciones.
 

Así, todo discurso ideológico conduce a la pregunta: ¿verdadero o falso? Y la respuesta no se conoce de antemano. Si fuera siempre verdadero, no sería ideológico. Y si fuera falso, perdería pronto toda credibilidad. En efecto, hasta la ideología más irracional debe apoyarse sobre verdades. Si el nacionalsocialismo hubiese sido totalmente falso, nadie lo habría creído. Por otra parte, puede ocurrir que la propia ciencia se equivoque. Por lo tanto, la ideología no se opone a la ciencia como el error a la verdad. Es sólo que, aun cuando la ideología diga la verdad, su discurso está al servicio de un poder que la determina y la censura.
 

Lo cierto es que el discurso ideológico puede no ser necesariamente un discurso falso, pero sí necesariamente un discurso que no es libre de interrogarse sobre su propia verdad, un discurso de abogado. Sólo que el abogado no puede ocultar que está participando en un juicio, mientras que la ideología es un discurso que se oculta siempre detrás de otra cosa: la ciencia, el sentido común, la historia, la naturaleza, etcétera.
 

El discurso de la burguesía es universalista: igualdad de todos ante la ley, derecho de autodeterminación de los pueblos, libertad de expresión... Pero es sin duda verdad que este discurso ha servido para ocultar el poder real y exclusivo de la burguesía. La igualdad de todos ante la ley no es ciertamente vana, pero disimula las desigualdades reales de riqueza, de poder, de cultura. El derecho de los pueblos se ha vuelto realidad con la descolonización, pero la independencia política adquirida por los pueblos nuevos a menudo no hace sino enmascarar su dependencia económica y cultural. En cuanto a la libertad de expresión, es un hecho, pero un hecho que disimula a su contrario: ¿cómo, en efecto, hacerse entender o leer, si los medios de difusión están reservados a quienes tienen dinero para comprarlos o arrendarlos? Una de las "verdades" del discurso hitleriano residía en que la democracia, en muchos aspectos, es en realidad una plutocracia.
 


Estas críticas, de inspiración marxista, valen también para el marxismo. Sintagmas como "democracia popular", "solidaridad proletaria", "dictadura del proletariado" corresponden a algo real, pero se trata de una realidad ambigua. Las democracias populares, al menos en la época stalinista, eran verdaderas colonias políticas y económicas de la URSS. La solidaridad proletaria permitió justificar la invasión de Checoslovaquia en 1968. Y en cuanto a la dictadura del proletariado ¿no se ha convertido en casi todas partes en una dictadura sobre el proletariado?
 

Los deslizamientos de sentido
 
El discurso ideológico puede, pues, crear su referente. Pero ocurre también que alude a un referente real, aunque dándole otro sentido, otro valor. Así, como lo muestra Roland Barthes, la burguesía del siglo XIX adoptó un vocabulario propio para legitimar la represión social como si ésta fuese un hecho natural:
 
Los obreros reivindicativos eran siempre "individuos", los rompehuelgas; "obreros tranquilos", y el servilismo de los jueces aparecía como "la vigilancia paternal de los magistrados" (1972, p. 22).

En este ejemplo, el referente es objetivo, pero no el sentido que le atribuye cada ideología, la de los burgueses y la que anima a Roland Barthes.
 

Por un deslizamiento de sentido se constituye la ideología liberal. El liberalismo considera la libertad individual como el valor supremo y no le confiere al Estado otra función que la de preservarla contra el desorden o contra la dominación extranjera. Uno de los componentes de esa libertad, y sólo una entre otros, es la propiedad; pero el liberalismo hace de ella el fundamento de todos los demás: "Sólo la propiedad escribía Benjamin Constant en 1817, aporta las leyes indispensables para la adquisición de las luces. 


Ella sola capacita a los hombres para ejercer los derechos políticos" (citado por Mairet, 1978, b, p. 144). Ahí aparece el deslizamiento de sentido: se afirma la libertad de expresión, de reunión, de tránsito, etc., pero subordinándolas a la libertad de poseer. De manera que, como se vio con el sufragio censatario o con el "delito de vagancia", ser libre viene a ser lo mismo que ser propietario.



 






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