Los títeres de cachiporra son políticos de
nacimiento y violentos por definición: son la proyección popular de la
libertad contra la opresión. Se reconocen porque no son de cuerda sino
de guante, y porque siempre pegan al poderoso, al rico, al policía, a la
autoridad. Su tradición en Europa es centenaria; aquí se llaman de
cachiporra pero en Francia son guiñoles, Pulcinella en Italia, Don
Roberto en Portugal, Kaspar en Alemania y Polonia, Karagoöz en Turquía y
en Inglaterra se llama Punch. Todos protagonizan una trama simple de
fondo antiautoritario que resuelven a base de violencia, ingenio y
pillerío.
Su poder contra el poder son el absurdo y la risa. Tienen colores y formas grotescas, con personajes robados de los cuentos populares infantiles y gastan bromas muy chuscas. Pero es todo una farsa diseñada para la denuncia, la radicalidad política. La infantilización de las formas es la estrategia que protege a los actores y a la compañía teatral de la censura y la persecución. Como hemos comprobado este fin de semana, con algunas autoridades no siempre funciona.
"El títere de cachiporra es un género, una convención que se encuentra en todas las tradiciones europeas tiene unos lados oscuros y unos lados luminosos -explica Toni Rumbao, titiritero y autor del libro Rutas de Polichinela. - En el Don Cristóbal español están los cristobitas, muy alegres, vistosos y que tienen este lado oscuro que es el Don Cristobal Polichinela, un viejo verde que compra a la mujer, etc. En el Punch, Judy le da un bebe a cuidar a Punch y como no tiene paciencia, lo tira por la ventana. Punch y Judy tiene también un gag clásico con una máquina de hacer salchichas, por la que empuja a un policía, un cocodrilo, etc".
El guiñol de Federico García Lorca
En España el títere de cachiporra tiene mucha tradición, probablemente
porque requiere pocos medios y menos personal. Hay muchas compañías de
uno; el mismo que monta el escenario representa a todos los personajes,
cambiando de voz según exige el guión. La obra más famosa se representó
por primera vez en Granada el día de Reyes de 1923, y fue una
coproducción de Manuel de Falla con Federico García Lorca: La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, más adelante ampliado y retitulado El Retablillo de don Cristóbal. Sigue siendo muy popular.
"Oigan señores el programa de esta fiesta para niños, que yo pregono desde la ventanita del guiñol, ante la frente del mundo", dice Lorca. Su Don Cristobal es un viejo verde que se casa con la bella Rosita en contubernio con la codiciosa madre de la muchacha, que le pega los cuernos con cuatro amantes hasta que queda embarazada de cada uno de ellos. A medida que van saliendo los niños, Don Cristobal les sacude un porrazo porque cada uno es de un hombre distinto. Esto es sólo el comienzo de un largo relato de enredos, cachiporrazos y crueldades sin fin.
El espectáculo que representaron los tiriteros encarcelados llevaba un cartel que ponía "A cada cerdo le llega su San Martín" e incluía dos obras, Contra la democracia (de Grupos Anarquistas Coordinados) y Manifiesto SCUM, en referencia al texto que escribió Valerie Solanas antes de disparar a Andy Warhol. En este contexto, los titiriteros han sido acusados de un presunto delito de enaltecimiento del terrorismo del art. 578 del C.P. por la exhibición "de una pancarta con la leyenda «GORA ALKA-ETA»" y de un delito de incitación al odio del art. 510 del C.P. "cuya perpetración derivaría (...) de la escenificación de “numerosas acciones violentas, tales como el ahorcamiento de un guiñol vestido de juez, el apuñalamiento de un policía y la violación de una monja y el apuñalamiento posterior con un crucifijo”. Se titula La bruja y Don Cristóbal.
"Lo ridículo es que todo esto -se lamenta Rumbao- es que los títeres
entran dentro de un código, una convención, que existe desde la Edad
Media: los títeres siempre han podido decir lo que quieren. Incluso en
la Cuaresma y otras épocas en las que esta prohibido el teatro, los
títeres pueden hablar. Porque no son personas, son trozos de madera.
Hasta la iglesia lo sabe. Esto no lo han entendido la policía ni el
juez".
Las épocas negras del Pulcinella
El
satírico muñeco es hijo de los grandes cambios sociales, surge con el
Renacimiento y se revaloriza en el XIX con el individualismo burgués y
la sociedad post-industrial. En la puritana Inglaterra del siglo XVII,
cuando el teatro inapropiado era castigado con látigo y multas de cinco
guineas, Punch and Judy actuaban bajo la mirada
perpleja de las autoridades, que no sabían a quién detener ni cómo
justificarlo. En Italia, el Pulcinella y sus gamberros colegas de la
Comedia dell'arte se mofaban de las relaciones entre amos y criados. El
poeta Lord Byron contaba con gran hilaridad cómo una "marioneta ofensiva
fue arrestada y presentada en el juicio como prueba de la fiscalía y
una tarjeta clavada en su pecho que ponía corpus delicti".
Pero no es la primera vez que Pulcinella se enfrenta a las autoridades. Los títeres satíricos fueron perseguidos en la Inglaterra victoriana -después de la revolución industrial- y más recientemente en los 90, cuando la corrección política se convirtió en el arma de la ultraderecha para controlar el discurso.
En mi opinión, el Punch que se ve en la calle es una de esas exageradas extravagancias de las realidades de la vida que perdería su capacidad de enganche con la gente si se intentase convertirlo en moralista e instructivo. Considero su influencia perfectamente inocua, como una especie de broma desvergonzada que nadie en este mundo consideraría como un incentivo hacia cualquier tipo de acción o como modelo para cualquier clase de comportamiento. Es posible, pienso, que la fuente secreta de placer generalmente producida por este espectáculo sea la satisfacción que el espectador siente al ver a unos remedos de hombres y mujeres recibir tantos palos sin sentir por ello ninguna pena ni sufrimiento.
Esto dice Charles Dickens en una carta a finales de 1848.
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